FELIZ CUMPLEAÑOS
FJ. Koloffon
Si el día que nacimos empezamos a morir, entonces deberíamos vivir más seguido.
Son ya algunos años los que tengo, y los que ya no. La edad puede ser poca o mucha, depende de la mirada de quien la juzgue. Yo, que ya sólo veo a través de los ojos de mis hijas, considero que tengo la suficiente para hacer un recuento de las cosas que he hecho y de las que todavía permanecen en mi mente como una ilusión oxígena.
Qué bueno que en los cumpleaños toque pedir deseos, porque yo aún conservo muchos en el estómago que comienzan a hacerme sentir demasiado barrigón como para poder cumplirlos. Quizá sea tiempo de enfocarme en los más profundos y resignarme a degustar el resto en una buena sobremesa con los amigos, a los que, por cierto, debería ver más, porque cada vez tengo menos.
Mi cuerpo ya no es el de un joven fornido, sin embargo, aún conservo en buena forma la intención de ser feliz. Esa ha sobrevivido a la batalla diaria de la vida, que siempre insiste en poner a prueba si estoy hecho para lo que creo que existo. Si no amara lo que hago, hace tiempo habría desistido. O simplemente viviría desilusionado o, lo que es peor, sin ningún motivo más que el de despertar para volver a dormir.
Sin duda que los amaneceres son nuevas oportunidades —que no me he cansado de desperdiciar con el transcurso de los días—, y las noches la aliviosa posibilidad de reencontrarse con ellas a la mañana siguiente. Metido en la cama con la luz apagada, los ojos cerrados y las manos puestas junto con los pensamientos en el corazón, es cuando reconozco mis auténticos anhelos, los que generan en mis adentros la certeza de lo que significa alegría. Supongo que cada quien tendrá su propia definición.
En esta lucha constante llamada existir, he aprendido algo que vale tomar en cuenta: la felicidad no se encuentra en el futuro. Por ello, a donde sea que uno vaya, considero que es mejor no partir desde la esperanza, sino desde el ahora mismo. El presente es el tiempo de los dichosos, y ese tipo de gente, que camina tan campante por la vida, sabe lo que muchos consideramos el más grande e indescifrable de todos los misterios: nacemos simplemente para ser. Para eso vinimos, no hay más.
Pero vaya que es difícil, es algo que necesariamente debe recordarse todos los días o de lo contrario se olvida y acaba uno por confundirse. A mí me pasaba los días quince y los treinta, cuando me pagaban por trabajar de algo que me hacía infeliz. Entonces, con los bolsillos llenos, hasta me hacía un poco a la idea de que tal vez sí había nacido para eso. Pero los meses tienen menos quincenas que días y estar en un lugar que no es realmente el tuyo termina por fruncirte el seño y frustrarte el espíritu.
Aunque papá jura, y a su manera me reprocha —dado el dinero y las esperanzas que invirtió en mí—, que de haber continuado de abogado ahora sería mucho más rico, yo estoy seguro que esta tranquilidad de la que soy dueño no me hubiera alcanzado para comprarla ni con la mayor de las comisiones del más caro juicio. La paz que arrulla a los sueños al final de un largo día es invaluable.
Y si bien pertenencias todavía tengo pocas, en posesiones puedo presumir que soy rico. Atesoro en el alma el amor puro de mis hijas, el celoso amor de mi esposa, el amor mudo de mis hermanos y el amor de mis padres, que, como el mío por mis hijas, es infinito y sin condiciones.
De lo que urge que me apropie, a como dé lugar, es de mi existencia, ser dueño absoluto de mis acciones, de mis ideas, de mis decisiones y de todas las consecuencias que el mundo tenga preparadas para mí cuando finalmente me decida a ejercer plenamente mi derecho a la vida, a ser quien soy, a hacer lo que precisamente me produce en el interior ganas de vivir.
Si fuera todavía un niño, o más bien un joven, y mi padre me diera a escoger un regalo de cumpleaños, creo que le pediría que intentara no verme como el reparador de sus frustraciones. Quizá esté todavía a tiempo de pedírselo, aunque ya sea yo todo un adulto. Por mi parte, si acaso a mis hijas les interesan, tengo el propósito de regalarles mis logros en herencia; las decepciones trataré de llevármelas a la tumba y descansar en paz con ellas. Lo juro.
Por lo que a mí deseo respecta, hoy que envejecí, le pido a Dios fuerzas, claridad, milagros, confianza y una que otra proeza para seguir mi camino y cumplir mi misión, que es probablemente la misma de todos: ser feliz. Que conserve la energía para vivir, como si fuera el primer día de mi vida. Y las ganas, como si fuera el último. Y que sea también capaz de construirle una gran casa a mi familia y recuerdos felices a los que puedan recurrir cuando la tristeza toque a la puerta.
Gracias a la vida por sus detalles, por sus protagonistas, por el amor, las sorpresas y por todos aquellos instantes que hacen que valga la pena vivir. Y gracias, sobre todo, por permitírmelo, porque estoy aquí y respiro, porque un día como éste, de hace algún tiempo, nací.
Feliz cumpleaños a mí.
1. El autor faculta, a quien así lo deseé, a utilizar o reproducir el presente texto de manera parcial o íntegra por cualquier medio, siempre que incluya la cita respectiva.
2. Recuerda que ya puedes descargar de manera gratuita su primera novela, El Astronauta Terrestre, a través del sitio: www.elastronautaterrestre.com 3. Comentarios: www.facebook.com/fj.koloffon
sábado, 16 de enero de 2010
Feliz cumpleaños.
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